El reto del sistema educativo y las expectativas

Por EQUIPO AICTS / 15 de febrero 2021

El sistema educativo es uno de los ámbitos que mayor atención concita en cualquier sentido. No es para menos. La educación es vital y determinante, esto es un hecho objetivo e incuestionable. La educación es obligatoria y universal de los seis a los dieciséis años en el caso de España, siendo un derecho reconocido constitucionalmente. Este hecho es una de las principales conquistas sociales de nuestras sociedades y todavía siguen existiendo en el mundo numerosos países donde la educación sigue siendo un lujo al que buena parte de la población no puede ni imaginar acceder. De hecho, en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas aparece la "Educación de calidad" como cuarto de los diecisiete señalados. Además, los modelos de Estados de Bienestar se han basado como uno de sus pilares en la educación y en su expansión a niveles no obligatorios como un mecanismo de movilidad social. A este hecho hay que sumar la cuestión del capital social de las sociedades a través de la formación así como todo lo que tiene que ver con la igualdad de oportunidades, la equidad, etc. Y, finalmente, dentro de las funciones de la educación también está el formar ciudadanos y ciudadanas, en la convivencia y en valores democráticos, etc. 

Hasta aquí, todas las cuestiones que siempre han estado asociadas a la educación y que tienen que continuar manteniéndose, y ampliándose. Pero estamos en unos contextos en los que los cambios y las transformaciones sociales también afectan al valor de la educación, especialmente a medida que vamos ascendiendo en los niveles formativos. Autores como César Rendueles o Michael J. Sandel han incidido en el último año, a través de sus publicaciones, en las contradicciones de la meritocracia, un debate que no es nuevo. Este hecho también hay que insertarlo dentro de la crisis de 2008 y sus consecuencias, que aceleró tendencias que ya estaban presentes anteriormente. La cuestión del credencialismo y su posición relativa y no absoluta, abrían también un debate que señalaba aspectos como el hecho de que, a mayor número de personas accediendo a la universidad, por ejemplo, menor valor del título. Estos argumentos también estaban vinculados, en no pocas ocasiones, a posiciones ideológicas neoliberales que suponían un retroceso en la percepción de las conquistas sociales. Es decir, parecía como que la educación había garantizado unos mínimos, que no eran pocos en comparación con el pasado, pero que seguían siendo insuficientes en relación a superar el peso de los orígenes sociales y económicos. Además, el modelo de Estado de Bienestar de décadas anteriores, en crisis, también daba lugar a que, curiosamente y en ocasiones de forma más sutil e indirecta, esos orígenes tuviesen el mismo peso que antes. 

Hay una cuestión que tampoco tendría que precisarse y es que a la educación se le pide la solución de todo. Es decir, socialmente, y desde numerosos agentes, parece como que la educación es la respuesta de todo lo que ocurre en la sociedad, comenzando por la desigualdad... Y eso es imposible. A la educación no se le puede pedir que sea la responsable de esos procesos únicamente, jugará un papel determinante obviamente, pero es cargarle con un peso que no merece. Además, de esta forma parecen liberarse responsabilidades de otros ámbitos. Nuestras sociedades son desiguales, la educación tiene que garantizar la igualdad de oportunidades y la equidad, pero no es ajena a lo que ocurre a su alrededor y, como bien sabemos, también reproduce esas desigualdades, consciente e inconscientemente. Y, además, todo el mundo sabe y opina de educación, todo el mundo tiene una solución, y todo el mundo señala a la educación. Es lógico que sea central en nuestras vidas, pasamos buena parte de la misma formándonos y, en el caso de ser padres y madres, tendremos hijos e hijas que también estén en el sistema educativo.

Esta exposición venía no solo a cuestiones que ya hemos señalado en relación al impacto de la pandemia Covid-19 en la educación, que incidió en el aumento de las desigualdades, sino en otros indicadores que han surgido estas semanas. Hay que poner en valor al sistema educativo y trabajar para mejorar en aquellos aspectos, que no son pocos, en los que es necesario avanzar. Hemos visto cómo nuestra sociedade ha ido evolucionando en la formación de la misma, hasta niveles insospechados hace dos décadas. También como se está descendiendo en las tasas de abandono escolar, los alumnos que abandonaron los estudios de los 18 a los 24 años, en la actualidad en el 16%, a un punto del compromiso para el 2020 que estaba fijado en el 15%. Este hecho, viniendo de datos como los de la primera década del siglo XXI, con unas cifras mucho más elevadas, el doble incluso, son esperanzadores. Es cierto que hay diferencias regionales, del 6,5% en País Vasco a superar el 20% en Islas Baleares, Andalucía, Ceuta y Melilla, pero es fundamental incidir en estos procesos. Sin embargo, el peso de los orígenes sociales sigue estando presente, y ese parece que es mucho más difícil de superar. La reproducción de las desigualdades está ahí, ya lo reflejó Pierre Bourdieu y compañía. Lamentablemente, hay colectivos para los que estudiar en niveles superiores, como la universidad o un Grado Superior, sigue siendo un lujo, o una meta inalcanzable.