El coste de la vida

Por EQUIPO AICTS / 21 de febrero de 2022

Hace unas semanas, el periodista de El Confidencial Esteban Hernández entrevistaba al economista francés Thomas Piketty, uno de los principales referentes en la última década de los análisis de las desigualdades. Al comienzo de la misma, Hernández preguntaba acerca del impacto de los costes de las vidas en las desigualdades, señalando que generalmente se ponía el foco de la cuestión de los ingresos y de las diferencias entre los mismos para hablar de dichas desigualdades, quedando en un segundo plano los costes de la vida. Piketty confirmaba este hecho e incidía en que "La gran lección de este movimiento durante todo el siglo es que una mayor igualdad viene de la mano de la desmercantilización, y de la salida gradual del capitalismo de la mera lógica de la maximización de los beneficios". Unas semanas después, era Milagros Pérez Oliva la que escribía una tribuna en El País incidiendo en el hecho de que el aumento del coste de la vida tenía unas consecuencias en el aumento de la exclusión social, señalando que un incremento del 6% del Índice de Precios al Consumo (IPC) podría llevar a casi diez millones de personas en España al riesgo de pobreza. 

El IPC fue para varias generaciones un indicador clave durante décadas anteriores. Se esperaban las noticias y el dato del mismo para saber cuánto había crecido el coste de la vida que se traducía en el precio de la cesta de la compra, por ejemplo, aunque también hubo periodos en el que había crecimientos del mismo debido al aumento del precio de la vivienda, o también al relacionado con el aumento del de los carburantes. El aumento del coste de la vida, en su conjunto, y especialmente de los productos de primera necesidad, era una cuestión central así como un eje básico en las políticas económicas. Durante muchos años pareció que el IPC no estaba presente en las agendas pero este año 2021 ha regresado con fuerza debido a un incremento de 6,1% en enero de 2022 con respecto a un año antes. Diversos procesos globales, entre los que cabe destacar el aumento del precio de los carburantes y la escasez de ciertas materias primas, junto con la crisis de transportes generadas, han sido claves para un incremento del coste de la vida que ha impactado en los bolsillos de los ciudadanos. Y este proceso, obviamente, tiene una mayor incidencia en los colectivos más desfavorecidos.

Como bien apuntaban tanto Hernández como Piketty y Pérez Oliva, las consecuencias del aumento del coste de la vida implican un impacto muy amplio en las desigualdades sociales, junto con los ingresos. De hecho, las noticias sobre la cuestión son también tremendamente negativas. Un estudio reciente de la Fundación La Caixa de Olga Cantó y Luis Ayala apunta este hecho, indicando que se está produciendo una pérdida de poder adquisitivo de no pocos salarios, lo que lleva a un escenario cada vez más polarizado. El último trabajo de los economistas Xosé Carlos Arias y Antón Costas, Laberintos de la prosperidad (Galaxia Gutenberg), también ahonda en esta cuestión, señalando que ha habido crecimiento económico pero que el mismo ha crecido de forma desigual y que se ha repartido de forma muy desequilibrada, beneficiando mayoritariamente a los directivos, mientras que los trabajadores no lo habrían constatado de forma tan clara en sus retribuciones, como indicaba en un artículo sobre la cuestión Andreu Missé. Y la situación, en comparación con Europa, se torna mucho más desigual en el caso español, generándose un proceso de devaluación.

Por lo tanto, asistimos a una suerte de "tormenta perfecta" en el que se juntan dos fenómenos. Por un lado, ese desequilibrio en los ingresos y un escenario de precarización de los salarios que ya hemos señalado en otros artículos. En este sentido, cabe destacar la evolución de nuestro sistema productivo, la apuesta por actividades del sector terciario que basan parte de su beneficio en esos salarios bajos. De esta forma, la polarización por ese extremo está garantizada y cada vez más grupos sociales entran en este escenario. Pero, por otro lado, hay que ver también ese aumento del coste de la vida que implica que los esfuerzos para adquirir determinados bienes y servicios cada vez sean más amplios. En definitiva, unos procesos que afectan a las cuestiones materiales, a las condiciones de vida y que llevan a precarizaciones y desigualdades que se van cronificando. Obviamente, el peso de las políticas públicas, en diferentes ámbitos, es determinante pero, como hemos visto, hay escenarios en los que las mismas se quedan sin margen de maniobra, cuando no directamente favorecen dichos procesos. Una vez más, las consecuencias sobre la cohesión social son cada vez más complicadas.