Segregación escolar
Por EQUIPO AICTS / 20 de marzo de 2023
Uno de los principales desafíos y retos de los sistemas educativos es el que hace referencia a la segregación escolar. Es decir, cómo se establecen diferencias entre los centros educativos en función del origen socioeconómico y cultural de los estudiantes que van a escuelas e institutos. La segregación escolar es uno de los procesos que también reflejan las desigualdades en educación. De esta forma, es uno de los principales objetos de estudio de la Sociología de la Educación y de todas las Ciencias Sociales, y otras disciplinas, que investigan y actúan en estos ámbitos. En las últimas semanas, a raíz del estudio La segregación social en las escuelas, un dudoso problema del sistema escolar, realizado por Julio Carabaña y publicado por la Fundación Europea Sociedad y Educación, esta cuestión ha vuelto a estar de actualidad, especialmente porque el informe de Carabaña señalaba que, siguiendo los indicadores de los informes PISA de 2003 a 2018, la abundancia de estudiantes de una determinada clase social (alta, media o baja) tenía una incidencia leve en los resultados académicos individuales y que las acciones para reducir la segregación escolar, por ejemplo el "busing" o el transporte de un alumnado en situación de vulnerabilidad y exclusión a otro tipo de centros, desarrollado décadas atrás en Estados Unidos, o la prohibición de centros privados, son muy difíciles de aplicar. Las respuestas a este informe no se hicieron esperar, con reacciones muy contrarias a los resultados del mismo en Redes Sociales y artículos rebatiendo los argumentos que minusvaloraban el efecto de la segregación escolar, como el de Xavier Bonal en El País, titulado "La política contra la segregación escolar, entre dos aguas", en el que calificaba de reduccionista el estudio por centrarlo en las calificaciones de los estudiantes únicamente.
No cabe duda de que nos encontramos ante un problema que afecta a la igualdad de oportunidades y a la equidad, un problema de gran complejidad, que tiene numerosos factores y variables asociadas. Pero tampoco hay que olvidar que las soluciones no son fáciles y que superan en muchos aspectos a la capacidad del sistema educativo para abordarlas. Sin embargo, el sistema educativo tiene un papel determinante en estos procesos y, uno de ellos, es el que hace referencia a su capacidad para reducir las desigualdades sociales, para generar mecanismos de movilidad social. Habría que diferenciar también algunas cuestiones, como la concentración y segregación. Los dos términos se han utilizado generalmente como sinónimos, pero hay connotaciones. En relación a la concentración de un alumnado determinado en unos centros específicos, con independencia de su clase social, está vinculado con la variable residencial, como apuntaba el propio Carabaña en su informe. Es decir, hay barrios en los que ubican unas clases sociales y colectivos, en función de su renta disponible generalmente, que determinan en buena medida la configuración del barrio. Por otra parte, la segregación se articularía más en relación a unas medidas específicas para concentrar a un alumnado específico en determinados centros. Estos procesos segregadores fueron norma en el pasado. Sin embargo, en nuestros sistemas educativos hay medidas que pueden dar lugar a segregaciones como las que nos ocupan, aunque en buena parte de los casos proceden de la concentración. Estas segregaciones pueden ser directas, por ejemplo a través de los procesos de escolarización, pero también y, especialmente, más sutiles, vinculadas a las capacidades de las familias para desarrollar sus estrategias educativas así como a los medios que pueden poner en funcionamiento a la hora de elegir centro educativo, refuerzos, apoyos, etc.
En España también se ha identificado la cuestión de la segregación con la existencia de la doble red de centros educativos, la pública y la concertada, existiendo una minoría de centros privados sin concierto. De forma más o menos estable, dos de cada tres estudiantes se encuentran matriculados en la red pública y uno en la concertada, mientras que el alumnado de origen extranjero, por ejemplo, se matricula en la pública en un 80%, otro indicador estable. Pero, identificar la segregación únicamente, como se hace en ocasiones, con la existencia de estas dos redes, también implica no ver la realidad del fenómeno. Es cierto que hay disonancias y cuestiones en relación a la concentración de alumnado en unos centros u otros, como por ejemplo el traslado de familias de origen nacional a centros concertados cuando llegó la inmigración. O el peso de determinadas sesgos y visiones de clase relacionadas con el prestigio de determinadas escuelas concertadas. Pero, también hay numerosos centros de estas características con diversidad social y cultural, así como centros públicos en los que también se dan procesos de segregación y concentración de alumnado de clases medias - altas y altas. Por otra parte, se han producido más esfuerzos de parte de las Administraciones Públicas para evitar esos procesos de segregación y concentración por parte de determinados centros, aunque no es menos cierto que hay esfuerzos económicos que las familias tienen que hacer en algunos centros que no se dan en otros. E, igualmente, hay toda clase de experiencias y situaciones, éxitos que también se dan en función de factores, como se recoge en la entrevista con Luis Lizasoain de la Universidad del País Vasco, en la entrevista publicada en El País. En definitiva, y como hemos señalado, un tema complejo y muy difícil de resolver.
El reto es enorme y los factores y variables implicados; la relación directa con las decisiones familiares y las estrategias que madres y padres pueden llevar a cabo; el papel de las Administraciones Públicas dedicando más recursos a los colectivos más vulnerables; el trabajo con las familias; la relación con otros ámbitos como los Servicios Sociales, entre otros; o el seguimiento y evaluación de las políticas dedicadas a este fin, son fundamentales. Se puede decir que los intentos para atajar este proceso existen, por ejemplo, Euskadi, con un sistema educativo más complejo al incorporar en la red concertada la presencia de las ikastolas, ha comenzado una medida de acciones para evitar esta situación. Habrá que ver sus resultados, pero hay que insistir en que el fenómeno no se puede reducir únicamente a la existencia de redes, que influye, sino que hay más elementos que determinan la concentración y la segregación, incluso en algunos casos y territorios de forma consciente.
Los ritmos de la demografía
Por EQUIPO AICTS / 13 de marzo de 2023
La demografía sigue siendo uno de los ámbitos en los que se incide regularmente a la hora de escenificar la situación de una sociedad. No cabe duda de que, en el caso de España y de Europa, y de gran parte de las sociedades occidentales, nos encontramos ante un escenario complejo con unas natalidades que no cubren las tasas de reemplazo. Para algunos demógrafos, unas Índices de Fecundidad situados en el 1,1 hijos por mujer, como es en la actualidad el caso de España, tampoco deberían ser tan preocupantes, en el sentido de que son un reflejo de las evolución de las sociedades. Para otras voces, unas natalidades tan reducidas suponen graves riesgos para nuestras sociedades y la sostenibilidad de nuestros sistemas públicos, de servicios, pensiones, etc. Hay muchos indicadores que nos muestran cómo, la evolución de la natalidad y la fecundidad nos lleva a este camino complejo, ya completamente institucionalizado, y con una sociedades cada vez más envejecidas. Un proceso que, en no pocos casos, se tiñe de un tono negativo cuando también habría que verlo desde la perspectiva de que son sociedades en las que se ha conseguido una mayor calidad de vida, de cuidados, etc., aunque partiendo de la heterogeneidad y diversidad en la forma de llegar a esa etapa de la vida. Por otra parte, las soluciones para abordar dicha situación tampoco parecen funcionar y las apuestas por la inmigración, que también parece que, desde determinados discursos, solo se valora a los inmigrantes por esa función, precisan de una articulación que pueda dar lugar a una mejor inclusión social de estos colectivos. Finalmente, como en todo, la variable territorial sigue teniendo un gran peso en todos estos prpocesos, como veremos posteriormente.
De la natalidad se ha escrito y analizado, y se sigue haciendo, todo lo que podía decir. De la transformación de las sociedades y de sus sistemas de valores, del cambio del papel de la mujer en relación a los roles sexuales, de la maternidad como una elección personal y no como una "obligación" impuesta. Unas transformaciones que se enmarcan en los procesos de modernización de las sociedades. De esta forma, se produce el retraso en la edad del primer hijo, también fruto de las trayectorias profesionales y personales relacionadas con la ya señalada emancipación de la mujer, junto con el descenso del número de hijos. Todo ello en el caso de que se decida tener hijos. El problema llega cuando, queriendo tener hijos, o más hijos, esta decisión se ve determinada por unas condiciones socioeconómicas que limitan, o directamente imposibilitan, esa posibilidad. Aquí tenemos que introducir una nueva variable como es el hecho del valor que se otorga a los hijos, en el sentido de que, en nuestras sociedades occidentales, tener hijos está vinculado a la calidad de vida que se les puede ofrecer. Es decir, no se tienen hijos en muchos casos a no ser que se haya encontrado una estabilidad profesional y laboral. Algunas visiones son críticas con esta cuestión, comparando la situación con otras sociedades, culturas o con lo que ocurría en nuestros países hace unas pocas generaciones, incidiéndose en valoraciones que hacen referencia incluso a capacidades de sacrificio o a lo que se pone en valor en cada momento. Son posiciones que no tienen en cuenta la evolución de las sociedades.
El caso es que, la natalidad sigue su imparable descenso y no existen medidas eficientes para ya no romperlo sino mitigarlo. De esta forma, hay un discurso social y político que aboga por la recuperación de la misma pero las acciones no funcionan. Por un lado, debemos señalar que España no es precisamente un país que se haya caracterizado por unas políticas natalistas o de apoyo a las familias en el mismo sentido que en otros territorios de nuestro entorno. En buena medida es debido a la caracterización de nuestro Estado de Bienestar como "familista", con el peso de las redes familiares en la provisión de ayudas para los cuidados y atención a la infancia, a las personas vulnerables de las familias, como soporte material en los casos de necesidad, etc., lo que implica que las Administraciones carezcan de esa visión en ocasiones. Es sintomático que, en general, se recuerde como la estrella de las medidas natalistas el famoso "cheque bebé" del primer gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Aquella ayuda de 2.500 euros para cada nacimiento coincidió con un escenario en el que, por un lado, había cohortes provenientes del finanl del "baby boom" que estaban teniendo su primer hijo, y eran unas cohortes numerosas, y con la consolidación de la inmigración, en buena medida compuesta por personas en edad de tener hijos. A pesar de estos factores favorables, tampoco hemos encontrado valoraciones acerca de si esta acción funcionó, aunque podemos imaginar que no fue un incentivo para fomentar la natalidad.
Por otro lado, una de las variables más determinantes en nuestros comentarios es la territorial, y en el caso de España hay un desequilibrio enorme en los ritmos demográficos. En un artículo de El Confidencial de hace una semanas se señalaba, siguiendo los datos del Instituto Nacional de Estadística, que tres de cada cuatro provincias ya registraban más llegadas de inmigrantes que nacimientos. Este es un escenario que está consolidado, especialmente en provincias del interior peninsular y de la cornisa cantábrica, algunas de ellas en un "invierno demográfico" claro. Es otra situación que tiene una vinculación con los procesos migratorios interiores, a través de los cuales se produce un éxodo de jóvenes a las grandes ciudades buscando mejores oportunidades laborales y profesionales. Nada nuevo, pero estas personas también tendrán hijos, en el caso de que los quieran tener, en las ciudades a las que se desplazan. En definitiva, un escenario que recuerda, con sus diferencias, a lo ocurrido con las zonas rurales en la España interior, y que tiene visos de generar unas zonas y territorios del interior peninsular especialmente caracterizados por una población envejecida y con pocas oportunidades en sus municipios.
No será la última vez que escribamos sobre estas cuestiones. Al contrario, estarán muy presentes. Las políticas públicas siguen sin dar con la tecla para afrontar este escenario. En parte es porque las mismas no están afrontando en mayor medida, a pesar de los avances, cuestiones como la conciliación o las ayudas para el cuidado y la crianza. Pero, el problema está en el ámbito más general y estructural, en las condiciones laborales y de vida que, en el caso de los jóvenes, está provocando un aumento en el retraso de ciertas decisiones vitales. Si no se ataja el problema por este segundo aspecto, el resto son parches.
La preocupación por la salud mental
Por EQUIPO AICTS / 6 de marzo de 2023
Pocas cuestiones parecen estar encontrando un consenso en nuestros días como la situación de la salud mental de la sociedad en general y de algunos colectivos, por ejemplo adolescentes y jóvenes. Desde la pandemia del Covid-19, rara es la semana en la que no aparezcan noticias, reportajes, artículos, etc., que abordan esta situación, además de su inclusión de forma más amplia en la agenda política, lo cual es necesario. El Covid-19 generó una serie de escenarios que tuvieron un impacto directo sobre la salud mental de la población, este es un hecho contrastado. Sin embargo, no podemos dejar de señalar que la situación ya venía siendo negativa desde antes de la pandemia, vinculada en buena medida al modelo de estilo de vida que hemos ido generando. Desde las crecientes incertidumbres a los ritmos de trabajo, pasando por el impacto de las Redes Sociales y las tecnologías en no pocos ámbitos, y cómo se están utilizando las mismas, así como la ruptura y debilitamiento de ciertos lazos, son aspectos que están generando un impacto creciente en la salud mental y el bienestar emocional de la sociedad. La pandemia del Covid-19, como hemos indicado, profundizó estos procesos.
El estado salud mental en nuestras sociedades está adquiriendo, por lo tanto, unas dimensiones más amplias que contrastan con el valor que se le otorgaba hace unas pocas décadas, cuando asistir a un psicólogo o psiquiatra era incluso tabú. Aunque es importante indicar que hay que diferenciar ciertas cuestiones, no es lo mismo una depresión severa que un cuadro de ansiedad o que sentirse bajo o triste, no es menos cierto que son indicadores de que algo no está funcionando en nuestras sociedades. El hecho, además, de que haya cada vez más personas que tengan dificultades para abordar el "día a día", no debería banalizarse. Este escenario cobra una importancia más amplia en el caso de adolescentes y jóvenes, incluso niños más pequeños, colectivos en los que se están identificando cada vez más situaciones negativas vinculadas a su salud mental y bienestar emocional. A través de los medios de comunicación, y de las Redes Sociales, llegan noticias muy duras, suicidios especialmente, que llaman la atención de la opinión pública, alertándose desde los sistemas educativos, centros y otros agentes la situación de este colectivo.
En nuestras sociedades, relacionado con la salud mental, también se está prestando especial atención a la soledad, la cual genera un impacto negativo en la misma. A mayor soledad, como demuestran algunos estudios, hay un mayor riesgo para enfermar. Generalmente, se había incidido en la soledad en relación a las personas mayores, parte de las cuales se quedaban en situación de viudedad lo que podía aumentar el aislamiento o no relacionarse con otras personas. Sin olvidar también cuestiones vinculadas a la movilidad, por ejemplo. Es cierto que se han ido articulando recursos, programas y medios para que este colectivo no se encuentre en esas situaciones, destacando el papel del numerosos profesionales y centros que desarrollan una actividad fundamental para evitar y mitigar situaciones de soledad, pero queda camino por recorrer. Además, estas situaciones de soledad crecen en otros colectivos como consecuencia, en parte, de las exigencias de nuestras sociedades y de los ritmos ya señalados anteriormente. De esta forma, también se incide en el valor de los "lazos débiles", o de la importancia de esa sociabilidad que hemos ido perdiendo, de esas relaciones que ya no se cultivan o cuidan incluso, que contribuyen a la ruptura de una red de apoyo y de seguridad.
Finalmente, y no menos importante, hay también una relación entre la salud mental y la clase social. Es evidente que, en todos los estratos sociales, hay situaciones que afectan a la misma, pero no todos están en la misma disposición de afrontar las mismas, y es una cuestión de recursos, medios y posibilidades, vinculadas a los riesgos de vulnerabilidad y exclusión social. Un artículo de Nuria Labari en El País incidía en este escenario, indicando algo que es evidente y lógico: la capacidad de poder disponer de medios y recursos para acceder a profesionales y a tiempo para afrontar estas situaciones. El peso de la variable socioeconómica es clave de nuevo, no podía ser de otra manera. Por lo tanto, es preciso que los recursos públicos para atender a todos los colectivos en igualdad de condiciones aumenten porque, una vez más, no son suficientes. Labari finalizaba su artículo con un párrafo muy esclarecedor: "Y no, no es que nos hayamos vuelto más locos, es que nos hemos vuelto más solos en los últimos tiempos. La culpa no es nuestra sino del individualismo que termina, paradójicamente, por abandonarnos a nuestra (a menudo mala) suerte". Y ahí está, de nuevo, uno de los puntos más relevantes de esta situación que, lamentablemente, no ha encontrado techo.
Crisis y jóvenes
Por EQUIPO AICTS / 27 de febrero de 2023
En numerosos artículos del equipo de AICTS en este blog hemos hecho referencia a la situación de los jóvenes. En casi una década desde la andadura del mismo, ha habido numerosas oportunidades para abordar este escenario, estudios que analizaban a este colectivo, así como el impacto que tenían en el mismo los cambios y crisis que se producían en la estructura social. En 2023, los motivos para el optimismo sobre la situación de los jóvenes se van diluyendo a medida que las distintas crisis impactan en las sociedades y en sus configuraciones. Hace unas semanas, El Confidencial aludía a este proceso, no se puede llamar de otra manera, con un artículo de Carlos Sánchez que llevaba por título "Las sucesivas crisis expulsan de las clases medias y ensanchan la desigualdad". A través de datos de diferentes fuentes, del Banco de España al Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), se trazaba cómo habían ido entrando en situaciones de precarización cada vez más jóvenes procedentes de las clases medias. Como tantos otros fenómenos, nada que no sea nuevo, pero en lo que es necesario seguir insitiendo.
Analizar la situación de los jóvenes tiene también ciertas connotaciones. Obviamente, en algunos términos, buena parte de los jóvenes han accedido a unos niveles de bienestar, de formación y de accesibilidad a ciertas formas de ocio que eran desconocidas para las generaciones anteriores. Esta cuestión aparece en conversaciones con personas de más de sesenta años, por ejemplo, que señalan que ellos empezaron a trabajar muy pronto, que no viajaron apenas nada, etc. Se relacionan también estos mensajes con lo relacionado con la cultura del esfuerzo, el sacrificio o una valoración de la juventud en comparación con las anteriores. Sí, algunos indicadores son ciertos, y no cabe duda de que deben vincularse con la evolución de la sociedad y de sus valores. Muchas personas que trabajaron desde muy jóvenes, también señalan que no quieren eso para sus hijos e hijas. Se ha producido un esfuerzo en darles un nivel de vida más elevado, más cómodo.
Pero, de lo que no cabe duda, es que las condiciones estructurales y la posibilidad de generar un proyecto de vida, cada vez se ha ido poniendo más difícil para nuestros jóvenes. Indicadores sobre la cuestión, sobran: acceso al mercado de trabajo, desempleo juvenil, precariedad, emancipación, edad del primer hijo... son algunos ejemplos. Y, en general, las tendencias no son positivas. Ser jóvenes hoy es realizar un camino complicado hacia una estabilidad que pasa por numerosos estadios, cuando no por la procrastinación no deseada de las decisiones vitales. Las generaciones que comenzaban su andadura hacia la denominada "vida adulta" en la primera década del siglo XXI, cada vez más reducida a tenor de la categorización de qué es ser joven, comenzaban a vivir el impacto de los cambios estructurales que iban trastocando nuestro sistema, y que alcanzaría su primera crudeza con la crisis sistémica de 2008. Eran unas generaciones traumatizadas porque, tras haber "hecho los deberes", formado, se encontraban que no pasaban de la casilla de salida. De esta manera, el 15-M de 2011 es una consecuencia de ese escenario. Las generaciones anteriores, que fueron jóvenes en los años noventa del siglo XX, tuvieron un escenario con más oportunidades para construir su carrera y biografía, aunque empezaron a sufrir los coletazos de estos procesos, por ejemplo el acceso a la vivienda y todo lo vinculado con la "burbuja inmobiliaria".
A continuación, la situación solo ha ido a peor. Los jóvenes lo van teniendo más complicado, salvo que tu origen socioeconómico te permita una buena combinación de capitales económico, social, relacional y cultural. El nivel de estudios cada vez pesa menos, rompiendo el papel de la meritocracia (lo tuvo) de las décadas anteriores. Las desigualdades y brechas crecen, la variable territorial pesa cada vez más, y se entra en un escenario diferente. De esta forma, observamos cómo se entra en una suerte de nihilismo para una parte de estas generaciones que hacen bueno el lema del movimiento Punk: "No Future". Seguramente, habrá muchas personas que consideren que esto es exagerado, pero de nuevo todo es referencial, en función de con quién nos comparemos. Si lo hacemos con generaciones pasadas, vinculadas al modelo del Estado de Bienestar, la situación es mucho peor. Si lo hacemos con colectivos que están en una situación de exclusión social, no es un escenario tan complejo. Pero, en términos objetivos, nuestros jóvenes no tienen un panorama muy seguro, con unas redes familiares que cada vez cuentan con menos colchones para apoyar esos caminos de tránsito o para afrontar situaciones de crisis. Se vio en 2008, esas familias que ayudaron a su hijos y nietos en dificultades. Las siguientes generaciones, no contarán con esa posibilidad. Lo hemos escrito muchas veces, se analiza regularmente, pero nada cambia. Al revés, lo que no mejora, empeora.
Los debates alrededor de la clase media y el Estado de Bienestar
Por EQUIPO AICTS / 20 de febrero de 2023
En las últimas semanas han aparecido nuevos artículos en los medios de comunicación sobre las clases medias, por un lado, y sobre el Estado de Bienestar. Las dos cuestiones son recurrentes en un periodo de crisis estructural que afecta a toda la sociedad, pero que tiene su incidencia en estos dos pilares de nuestros sistemas occidentales. Por un lado, ese Estado de Bienestar en un escenario complejo, como hemos venido señalando en numerosos artículos de este Blog, que ha sido clave para alcanzar unos niveles de vida insospechados para amplias capas de las sociedades de estos países, así como se convirtió en una aspiración para una buena parte del mundo. Sin embargo, el Estado de Bienestar vive sujeto a unos desafíos y retos para los cuales, con su diseño, no puede dar respuesta. Y, en el contexto actual y la deriva que lleva nuestro mundo, no parece que vayan a tenerla. Unas sociedades en las que también la socialdemocracia ha entrado en otra crisis estructural y con unos proyectos políticos que son difusos en este sentido. No se entendería el Estado de Bienestar sin las clases medias, un colectivo heterogéneo, aspiracional y referencial y relativo, como todas las posiciones sociales (con respecto a otras), que desde 2008 ha ocupado una buena parte del debate en relación al deterioro de las condiciones laborales y de vida. Las clases medias también se construyeron gracias a ese Estado de Bienestar, a unas transferencias sociales que permitieron el acceso a unos servicios públicos vinculados a los Derechos Sociales y a la ciudadanía. Sin esas transferencias sociales, sin la Educación y la Sanidad, las clases medias no habrían alcanzado su desarrollo. Pero, y aunque volveremos en otros artículos sobre esta cuestión, no debemos olvidar todas personas y colectivos que quedan fuera de estos parámetros, los cuales van ascendiendo. Como recuerda Gabriel Gatti en Desaparecidos, su libro sobre estos grupos abandonados, que ni siquiera cuentan. Como decimos, llegaremos a esa historia.
Antonio Jiménez-Barca publicó en El País el reportaje "La sufrida clase media-baja es cada vez menos media y más baja". El titular ya nos ofrecía una de las claves sobre este colectivo, como es su heterogeneidad. La clase media es tan diversa y ecléctica que en la misma caben tantos colectivos y grupos sociales que, por lo tanto, se hace más difícil de conceptualizar. Además, como se mezclan las dimensiones materiales y simbólicas, y el hecho de poseer una de las segundas (por ejemplo un nivel de estudios), ya no se corresponde en no pocos casos con las primeras, todo se complica. La clase media-baja, muy aspiracional, también muy golpeada por la precarización del mundo del trabajo, el cierre de clase de no pocos empleos y sectores, la sobrecualificación (que no es culpa de estas personas y colectivos sino de una estructura productiva que no les da salida), la pérdida de valor de los títulos universitarios, etc., se encuentra en un escenario en el que el ascensor no se ha parado sino que va para abajo, como bien señala Jiménez-Barca. Además, como hemos visto desde 2008, es como un dominó y, salvo que cambien mucho las cosas, los siguientes estratos sociales serán los más afectados. La clase media-baja ha perdido sus dimensiones materiales de clase media, si alguna vez las tuvo del todo, igual eran en comparación con otros colectivos más vulnerables, pero no tanto las vinculadas al estatus y a lo aspiracional, aunque este último paso se va cerrando.
También en El País, Joaquín Estefanía publicó el muy interesante "Estado de Bienestar: historia y crisis de una idea revolucionaria". Con un recorrido histórico y con la plasmación del momento actual, Estefanía venía a recordar este proceso que dio lugar a niveles de protección nunca vistos. Un modelo que se basa en la cohesión social y en la corresponsabilidad. Un modelo que, como hemos indicado al comienzo de nuestro artículo, como bien refleja el artículo de Estefanía, está en una crisis vinculada al salto de las tres últimas décadas, en las que la Economía se ha impuesto a la Política, con el que el capitalismo ha evolucionado a un modelo más individualista apoyado en la Globalización, con las tecnologías como una herramienta en esta evolución. Un proceso en el que se ha producido una interrelación con un sistema de valores diferente que, a su vez, también se ha articulado mediante una visión del individuo y de lo común que se alejan cada vez más de ese modelo del Estado de Bienestar. Unas sociedades que van cambiando su humor social y que entran en una situación de riesgo, cuyos sistemas cada vez pierden más legitimidad para más capas sociales.
Pero, visto el diagnóstico, debemos recuperar unas visiones diferentes, unas visiones que no nos lleven a recrearnos en una situación sino a plantear soluciones. Si una vez, nuestras sociedades, pudieron construir un modelo basado en el Estado de Bienestar, ¿por qué no pueden volver a hacerlo? ¿Por qué no pensar que tenemos la capacidad, los conocimientos y los medios para salir de este bucle? Hay que pensarlo, hay que visualizarlo y ponerse a construir. Sí, es difícil y complicado, las barreras son numerosas, pero quedarnos anclados en el diagnóstico lleva a la parálisis, y eso no nos lo podemos permitir.
Servicios públicos
Por EQUIPO AICTS / 6 de febrero de 2023
Durante las últimas semanas, la situación de los servicios públicos en España está siendo una de las principales cuestiones en la vida social, en los medios de comunicación y en el debate político. El escenario de la sanidad, con huelgas en diversas regiones y escenarios complejos que muestran evoluciones negativas en la misma, el caso de Madrid sería paradigmático pero no el único, es el ejemplo más visible. Recordemos que hace tres años, en un contexto como el de la pandemia de la Covid-19, se destacó el valor de estos servicios públicos, destacando el sanitario, y se insistió en su puesta en valor y en la necesidad de su refuerzo. Sin embargo, todo parece que fue un paréntesis y la situación se ha demostrado mucho más complicada de lo previsto. Además, y como veremos posteriormente, ciertos procesos como los vinculados a la digitalización o la atención telemática, vinieron para quedarse.
En las últimas semanas también se publicó en El País, entre otros medios, que España había sido el segundo país de la OCDE en el que más había crecido el gasto social para afrontar la pandemia. Este hecho marca cómo, a diferencia de la crisis de 2008, se articularon una serie de medidas que dieron lugar a que las Administraciones Públicas hiciesen dicho esfuerzo, por otra parte el que tenían que hacer, para combatir los impactos negativos de la pandemia. Estos pasaban también por ser conscientes de las bases tanto de nuestra estructura social, de nuestro tejido productivo y del modelo de Estado de Bienestar. Tras la crisis de 2008, se habían acelerado las tendencias negativas que estaban soterradas o diluidas en crecimientos económicos, "burbujas inmobiliarias", etc. Es cierto que, tras salir de dicha crisis, había crecido la inversión pública y la economía a nivel macroestructural se recuperó, pero la precarización del mercado laboral y de la vida era una realidad para muchos ciudadanos, familias y colectivos. De esta forma, las medidas para afrontar el impacto de la pandemia del Covid-19 precisaban de un esfuerzo muy importante por parte de nuestras Administraciones Públicas. El problema viene cuando tras los dos años más duros de la pandemia, cuando se recupera la "normalidad", ese gasto social desciende rápidamente. Y este hecho nos lleva a la situación de los servicios públicos.
Obviamente, habrá muchas personas que argumenten que estos gastos sociales son inabarcables, que el aumento del déficit y la deuda pública nos coloca en una situación complicada. Es evidente, como hemos señalado en otros artículos, que el modelo de Estado de Bienestar nace en unas condiciones que no tienen mucho que ver con las actuales, y que se precisa de una serie de reformas que aborden esta situación para que la cobertura de los servicios públicos sea mayor todavía, especialmente en un contexto en el que los retos y desafíos, los cambios, son muy rápidos. Pero esto pasa por, una vez más, hacer un modelo económico y productivo que permita que las personas y las familias tengan un nivel de vida no precarizado y que, de esta forma, se consiga también aumentar el nivel de ingresos de las Administraciones Públicas para sustentar este Estado de Bienestar. Si el proceso sigue como hasta la fecha, el escenario es más sombrío.
En este contexto, es muy recomendable el artículo de Esteban Hernández en El Confidencial sobre "Por qué funcionan tan mal los servicios públicos: una causa disimulada". Hernández no se queda en la superficie del fenómeno sino que aborda un proceso que comenzó con las privatizaciones de la gestión de los servicios públicos con los gobiernos conservadores del Reino Unido en la década de los setenta del siglo XX, extendiéndose a todos los países con independencia de la ideología de los gobiernos. En este escenario, Hernández aborda precisamente la ineficacia de esa gestión privada, a la que no se le pide cuentas en la misma medida que a los propios servicios públicos que gestionan.
En definitiva, estamos ante un momento complicado para los servicios públicos, con cada vez más personas y familias que, en caso de poder afrontarlo, acuden al mercado privado para proveerse de ciertos servicios, hecho constatable especialmente en un sistema sanitario que acumula retrasos y atenciones que no responden a las necesidades de los ciudadanos. La ya comentada digitalización, la atención telemática y otros procesos vinculados a este aspecto están generando también unas fallas en el sistema sanitario que tienen unas elevadas consecuencias en todos los sentidos. Mucho nos tememos que tendremos que seguir profundizando en esta cuestión en los próximos años porque, lamentablemente, las perspectivas no son positivas.
Sobre la clase media
Por EQUIPO AICTS / 30 de enero de 2023
Hace unas semanas, Sergio C. Fanjul publicaba en El País un extenso y muy interesante artículo bajo el título "No llegamos a fin de mes. La clase media no era esto". En el mismo, Fanjul analizaba el devenir de las clases medias, o de la clase media, en la última década cuando, como se viene analizando, las mismas han cogido un camino de vuelta en la estructura social. Es decir, una movilidad social descendente con la precarización del mundo del trabajo, el aumento de los costes de vida, el no funcionamiento de cierto indicadores de estatus que permitían coger el ascensor social, habiéndose quebrado este último. Es decir, una serie de factores interrelacionados que, a partir de la crisis de 2008, se intensificaron. Sin embargo, como hemos señalado en otros procesos vinculados a la estructura social y a las clases sociales, había signos que indicaban que este escenario era plausible.
No cabe duda de que la evolución de las clases medias es uno de los objetos de estudio de la Sociología más destacados en la última década y media. Como decíamos anteriormente, la clase media a partir de la crisis de 2008 comienza un retroceso que viene marcado por la ruptura de la "promesa" de progreso. Es decir, esa movilidad social en la que se sustentaba la estructura social se rompe y la misma sigue siendo vertical pero en un sentido descendente. Sobre la clase media siempre ha pesado una dificultad de conceptualización debido a su heterogeneidad y a la bifurcación entre dos variables como son el nivel económico y los signos de estatus. La clase media, además, tampoco puede sustraerse a la construcción de sociedades basadas en el Estado de Bienestar y que fundamentaban parte de su cohesión social en ese proceso. De esta forma, el acceso a un nivel de estudios superior, la consecución de ciertos signos de estatus y un nivel socioeconómico que permitía el acceso a estos últimos era determinante para la construcción de esas clases medias. Pero, con la crisis de 2008 se consolida una ruptura que, además, siendo en no pocas ocasiones aspiracional y autorreferencial, genera una disonancia entre la precarización creciente de la vida, los signos de estatus y el hecho de poseer algunos de ellos, por ejemplo una formación cualificada o incluso un empleo de esas características, y no entrar en esa categoría de clase media.
Junto a la ya comentada dificultad de conceptualización, se unen algunas miradas sobre las clases medias que apuntan a su función como desactivadora de los movimientos obreros y de partidos situados en el extremo de la izquierda en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, especialmente en los países europeos occidentales de la posguerra. Una visión compartida desde diferentes ámbitos que obvia la complejidad de un fenómeno que, paradójicamente, ha sido clave para la formación de unas clases medias y medias altas basadas en signos de estatus y de pertenencia con ideología de izquierda. Este mismo hecho, que sería digno de analizar, se puede también vincular al conservadurismo de esta clase media que en buena medida también se da. Obviamente, conservadurismo que implica "conservar" lo que se ha conseguido o se tiene. Pero ese conservadurismo también se ha vinculado, con razón, al voto a tendencias más de centro - derecha y de derecha. En definitiva, en este punto hay muchos aspectos que se dan pero también no pocas contradicciones y ambiguedades.
El escenario del mayor grupo de población de la estructura social, autocategorizado (no lo olvidemos), es cada vez más complejo, más difícil en sus condiciones socieconómicas, como el de la mayor parte de la sociedad, comenzando por los colectivos más vulnerables y ubicados en el riesgo de exclusión social. Colectivos que podían contar con la aspiración de ser clases medias y cuyo ascensor se ha roto. Pero, como hemos señalado anteriormente, estamos ante un fenómeno que es muy complejo. De lo que no cabe duda es de que, la precarización de las clases medias supone un impacto en la cohesión social ya que nuestros modelos se basan, en buena medida, en ciertos consensos que pasan por esa movilidad, o el cumplimiento en parte de la promesa de movilidad. Otra cuestión es que tengamos que debatir también sobre "movilidad hacia dónde" o qué entendemos por "progreso". El camino hacia otros modelos de sociedad ya está muy avanzado y los signos son evidentes, por ejemplo los datos sobre la estructura social en un país como Alemania. Hace ya unos años, se publicó en la revista EHQUIDAD "Sociedad outlet - sociedad low cost: la clase media vuelve a casa", del integrante de AICTS y profesor de Sociología de la Universidad de La Rioja Sergio Andrés Cabello, donde se analizaban algunos de estos procesos. Lamentablemente, casi una década después, estos se han acelerado. Un reto para nuestras sociedades y para los modelos de cohesión social que nos llevan a buscar nuevos mecanismos para conseguir la misma.
Costes indirectos en Educación y desigualdad, segunda fase
Por EQUIPO AICTS / 23 de enero de 2023
En las últimas semanas, los medios de comunicación y las Redes Sociales han prestado una especial atención al nuevo estudio de ESADE sobre la denominada "Educación en la sombra", o lo que es lo mismo, cómo a través de los costes indirectos en Educación se van ampliando las desigualdades y generando otras. Este fenómeno viene marcado por los estudios que realiza ESADE sobre Educación y, específicamente, sobre las desigualdades en Educación. Hay que reconocer el mérito de ESADE en este análisis y en poner el foco en la cuestión, ya tratada por otros especialistas en el ámbito de las desigualdades en Educación. De esta forma, el nuevo y recomendable informe lleva por título Educación en la Sombra en España: Una radiografía del mercado de clases particulares por estapa escolar, capacidad económica de los hogares, titularidad de centro y Comunidad Autónoma, llevado a cabo por Juan Manuel Moreno y Ángel Martínez Jorge. De hecho, este trabajo es una continuación del desarrollado hace un año, que también tuvo un gran impacto en medios de comunicación, y del que escribimos en este Blog, igualmente encabezado por Moreno, de la UNED.
El impacto en los medios de comunicación ha sido igual de amplio, de hecho El País tituló la noticia sobre el informe como "El auge de las clases particulares: los ricos las usan para diferenciar a sus hijos, los pobres para que no se queden atrás". El estudio pone de manifiesto un fenómeno muy estructural que hace referencia a cómo se articulan las diferencias sociales y cómo determinados grupos y colectivos están en una posición de ventaja para aprovechar las posibilidades que el sistema ofrece. Y, cuando el mismo no llega, siempre hay otros caminos. En realidad, todo está ya inventado. Hace unas pocas generaciones, acudir a clases particulares estaba reservado a las clases más privilegiadas, que se podían pagar una academia, un profesor particular o la formación en idiomas, concretamente en Inglés. Estas posibilidades, para la mayoría de las generaciones socializadas en los setenta y ochenta, eran posibles solo cuando no quedaba otro remedio, y haciendo un gran esfuerzo, como veremos posteriormente. Es decir, habías suspendido asignaturas y tenías que recuperar en verano. Era la realidad.
El análisis de los costes indirectos en Educación es necesario, y trabajos como los de ESADE se hacen necesarios. Como hemos señalado en no pocas ocasiones, hay una accesibilidad universal y gratuita a la Educación obligatoria de los seis a los dieciséis años, ampliable de tres a seis, que permite que nuestro sistema educativo funcione más de lo que solemos pensar, o de lo que muchos agentes creen. Es decir, y como demuestran informes de la OCDE y otros estudios, es un sistema educativo con mayor grado de equidad que la mayoría de los de su entorno. Eso no quiere decir que no existan desigualdades, al contrario. Ni que existan centros de difícil desempeño, especialmente en la pública, que concentran un mayor porcentaje de alumnado en situación de desventaja o vulnerabilidad social. Al contrario, es una situación que se produce constantemente y que cuenta con una muy difícil solución. La capacidad de elección de centro, y no hablamos de redes sino de una tipología de centros con un alumnado específico, pueden ser públicos y concertados; el papel de las familias y su implicación; y el origen socioeconómico que tanto condiciona, son variables centrales e interrelacionadas. Y, obviamente, esos costes indirectos en los que se incluyen esas clases particulares, en el sentido de quiénes pueden acceder a ellas, a cuáles, y cómo.
El sistema educativo español, a través de la descentralización en sus Comunidades Autónomas, ha realizado un gran esfuerzo en el ámbito de la lucha contra las desigualdades y por la equidad, que no es suficiente. El caso de las clases particulares es una muestra de ello, a pesar de cómo se han articulado numerosos programas de apoyos en las distintas regiones. Pero, como siempre, hay mecanismos y caminos para seguir manteniendo, y ampliando, las brechas sociales. Pero, también tendríamos que hacer una reflexión necesaria sobre cómo nuestro sistema educativo igual, decimos igual, está fallando en la garantización de ciertos contenidos y competencias, lo que da lugar, de forma indirecta, a la generación de nuevas desigualdades. Además, también debemos tener en consideración el papel de las familias, de padres y madres, que toman decisiones sobre las trayectorias educativas de sus hijos. De esta forma, el artículo de El País sobre familias que se quitaban de gastos, incluso de la cesta de la compra, por dar oportunidades educativas complementarias a sus hijos e hijas también era para destacar.
Pero, aunque parezca en ocasiones lo contrario, no es una novedad. Ha ocurrido siempre. De hecho, la movilidad social se ha sustentado en esfuerzos y sacrificios de las familias para dar las mejores oportunidades a sus hijos e hijas. Ahora se centran también en esta formación complementaria, porque no queda otro remedio en el contexto en el que nos desenvolvemos. Sí, no cabe duda, si vienes de ciertas clases sociales, partes y tienes ventaja. Pero, la movilidad social se basa en una serie de premisas y promesas que, en buena parte, se han roto. Pero, hasta que alguien nos demuestre lo contrario, no parece que haya otro camino. En ocasiones, muchas, caemos en contradicciones, pero hay que tener en cuenta el papel de las familias, sus apuestas y esfuerzos. Miremos a lo que el sistema no puede llegar y tratemos de corregirlo, siempre habrá margen de maniobra, pero todo esto no es nuevo y es más complejo.
En la cuerda floja
Por EQUIPO AICTS / 16 de enero de 2023
En otras ocasiones hemos escrito que vivimos en sociedades y escenarios un tanto disonantes. Por una parte, hay indicadores y datos que nos muestran situaciones positivas, que dan lugar a que el vaso lo veamos medio lleno. A la vez, en otros momentos vemos cómo se torna diferente la situación y el pesimismo nos invade. Además, no es infrecuente que una cosa es lo que digan los datos y los indicadores y otra lo que se palpa en la calle y en la sociedad. El año que terminó, 2022, ha sido un auténtico sube y baja en este sentido. Si comenzaba en una situación de optimismo por la salida de la pandemia, por unas perspectivas positivas alrededor de los fondos europeos que nos iban a lanzar a una recuperación sin precedentes. Pero, en breve la invasión de Ucrania por parte de Rusia y la guerra consiguiente, los cambios geopolíticos, el aumento de la inflación, de los carburantes, de los tipos de interés, etc., dieron lugar a un encarecimiento de la vida que afectó a la economía de la mayor parte de los ciudadanos y ciudadanas. De esta forma, por ejemplo, la cesta de la compra se disparaba, llenar el depósito del coche se iba haciendo más cuesta arriba, y las hipotecas con interés variable se encarecían, suponiendo un esfuerzo extra para millones de familias.
Decíamos que parecía que el escenario iba a ir a peor. Por un lado, había medidas que intentaban mitigar este escenario, a través de acciones de los gobiernos. Por otro lado, se veía con optimismo la evolución de la economía. En este sentido, las visiones más apocalípticas se iban reduciendo, o se permitía mirar al futuro con un escepticismo menor. Se paraba la inflación, que era alta, lo mismo que el tema de los carburantes, aunque no bajaban. Y la cuestión de los tipos de interés, bueno, eso parece que no tiene solución y se indica que seguirán creciendo. De esta forma, el escenario se dulcificaba un poco.
Pero no debemos bajar la guardia y es que los datos e indicadores no dejan lugar a dudas. Nada más comenzar el año, El País recogía la noticia de que más de 24 millones de españoles han perdido poder adquisitivo en el año 2022. Este es un dato, sin duda alguna, determinante. La inflación del año sería del 8,4%, mientras que la revalorización de salarios quedaría alejada de esta cifra. Son indicadores que nos devolvían, como hemos señalado en otros artículos del Blog, a otras décadas en las que la inflación era una amenaza constante. El mismo diario insistía en que el comienzo de año traería un aumento de los precios, a pesar de las medidas del gobierno, lo que va a incidir en mayores dificultades para las economías domésticas. El Confidencial incidía en esta cuestión, alargando incluso la tan temida "cuesta de enero" a tres meses. Además, este artículo insistía en que las familias se iban quedando sin colchón para afrontar gastos. Es una de las cuestiones que se van viendo en las encuestas sobre la calidad y el nivel de vida. Hay que tener en cuenta que hay familias que hace mucho tiempo que viven al día, este hecho se intensificó a partir de la crisis de 2008, pero la década y media posterior ha acentuado esta tendencia.
En el lado contrario, lo que señalábamos, habrá indicadores que muestran tendencias positivas, pero no debe ocurrirnos lo que pasó con el comienzo de la recuperación de la crisis de 2008, cuando lo que mejoraron fueron únicamente los indicadores macroeconómicos mientras que los salarios se quedaban en unos niveles bajos. Habrá personas que digan que exageramos, que somos muy negativos, pero muchas personas viven en la "cuerda floja". Y, si no, solo hay que palpar la situación de la calle y la percepción de los ciudadanos que sienten cómo su nivel de vida ha empeorado y que no les llega con su salario, teniendo que hacer auténticas birguerías para llegar a fin de mes. Es la realidad que tenemos, lamentablemente.
Una carrera de fondo...
Por EQUIPO AICTS / 9 de enero de 2023
Hace menos de dos décadas, parecía que con la formación universitaria, entonces licenciatura (cinco cursos) o diplomatura (tres cursos) se terminaba prácticamente la etapa formativa de una persona. Obviamente, podría darse el caso de que alguien lo hubiese complementado con idiomas o, en aquel entonces, todo lo relacionado con las tecnologías. De hecho, el aprendizaje del inglés ya era una necesidad para muchas profesiones, aunque no alcanzaba el escenario actual. En relación a lo que podría denominarse como posgrado, másteres y demás, no había una demanda elevada. Y, con respecto a los estudios de Doctorado, eran también excepcionales para la mayor parte de las personas que terminaban una carrera. De esta forma, buena parte de las personas que iniciaban esa senda lo hacían porque tenían como perspectiva la carrera académica.
Este hecho ha cambiado en la última década, ya no tiene nada que ver y las generaciones de graduados universitarios cada vez tienen más claro que su formación no se limita a la carrera estudiada. Al contrario. De esta forma, el seguir estudiando un máster es para muchos casos una obligación. Y no hacemos referencia únicamente a los másteres habilitantes, que son necesarios para desarrollar una profesión como el de profesorado o el de la abogacía, sino en todos aquellos que representan una formación complementaria y que sirven para certificar una mayor cualificación. De esta forma, se cumple el valor relativo de los títulos académicos que tienen su importancia en relación a los que tengan el resto de candidatos a un puesto de trabajo, por ejemplo.
Hace unas semanas, El Confidencial recogía datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) que mostraba cómo, para los egresados en el curso 2013-14, un 80,1% de los que lo había hecho en una carrera de la rama de Ciencias había cursado algún máster en los siguientes cinco años. En el caso de las Artes y Humanidades, descendía al 71,3%; en Ciencias de la Salud un 53,2%; 43,1% en Ingeniería y Arquitectura y 40,9% en Ciencias Sociales y Jurídicas. El dato es muy relevante porque muestra el diagnóstico que señalábamos en el primer párrafo del presente artículo. Además, incide en algunas carreras y formaciones que están vinculadas, igualmente, a las que tienen mejores condiciones laborales y salariales. En definitiva, no vale con estudiar un grado universitario sino que el máster se hace prácticamente obligatorio.
Conviene recordar que, en buena medida, nuestras sociedades se han construido bajo la premisa de un progreso basado en el acceso a la Educación y, en definitiva, a estadios superiores. Antes, llegar a la Universidad era algo propio de las clases medias - altas y altas, y solamente a través de becas y ayudas algunas personas de las clases trabajadoras podían llegar a esos niveles. Con el Estado de Bienestar se produce un crecimiento del acceso a la educación superior de los hijos e hijas de las clases trabajadoras, de las procedentes del éxodo rural, que se convierten en clases medias y que logran llegar a puestos de trabajo cualificados. Este proceso se da en España en los años ochenta y noventa del siglo XX, apoyado también en un sistema de becas y ayudas que hizo que numerosas personas pudiesen incluso ir a estudiar en universidades de fuera de sus localidades de origen, en no pocos casos porque no contaban en las mismas con esos estudios. También en esas décadas se crean nuevas universidades que irán incrementando la oferta formativa. Como decíamos al principio, en aquellos años no se planteaba casi nadie la necesidad de estudiar un máster o de hacer el Doctorado.
Las siguientes generaciones, o buena parte de las mismas, van a interiorizar el ir a la Universidad como algo "natural", exceptuando colectivos que todavía la veían muy lejos por el origen socioeconómico. Si las anteriores lo veían desde el punto de vista aspiracional, las siguientes lo harán como el camino a seguir. Pero la evolución de la sociedad y la crisis de 2008 rompen con este proceso y, además, se rompe la ilusión meritocrática. En este contexto es en el que se va a observar la necesidad de completar la formación con los másteres y, de nuevo, el origen socioeconómico será determinante ya que no todas las personas estarán en las mismas condiciones de afrontarlo. No solo el capital económico disponible será fundamental, especialmente con el precio de esta formación y con el aumento de las universidades privadas que la ofertan, sino también otros factores más sociales y culturales. En la actualidad, no son pocas las personas que realizan enormes esfuerzos de compatibilizar trabajo y estudios de Máster, así como incluso de conciliación de la vida familiar y laboral.
Lamentablemente, nuestras sociedades son cada vez más exigentes y competitivas, lanzándonos a unos frente a otros. Lo que está ocurriendo con la formación superior tras la realización de un grado universitario es un ejemplo. El origen socioeconómico cobre más importancia y se rompen algunos aspectos de la equidad. De esta forma, se reproduce una estructura social desigual en la que las bases de la misma se van quedando más atrás. Si antes decíamos que hay colectivos para los que la Universidad queda lejos, por motivos socioeconómicos, ni nos podemos imaginar dónde queda un Máster. El problema también es que, para más estudiantes que terminan un grado, el Máster también va quedando lejos.
Los jóvenes y la salud mental
Por EQUIPO AICTS / 2 de enero de 2023
No es la primera vez en la que aludimos a la salud mental de los jóvenes en el Blog de AICTS. A lo largo de los dos últimos años, y especialmente con el impacto de la pandemia del covid-19, se ha prestado una mayor atención a la cuestión de la salud mental del conjunto de la sociedad. No es una cuestión menor, ni mucho menos, al contrario, a pesar de que durante muchísimo tiempo haya ocupado un lugar secundario e incluso estigmatizado. De hecho, valoraciones y estigmas sobre la salud mental siguen estando presentes y pesando en nuestras sociedades, a pesar de todos los avances que se han producido. Pero, a pesar de ello, la salud mental ocupa lugares en las agendas públicas y en los medios de comunicación que antes no eran visibles.
Como decíamos, en parte este hecho se ha producido por el impacto de la pandemia del covid-19. Las consecuencias en forma de pérdidas humanas y enfermedades, los meses de confinamiento y las incertidumbres de los años siguientes fueron generando un escenario en el que la salud mental de muchas personas se vio resentida. Había suficientes motivos para que esto fuese así, aunque no afectaba a todas las personas y grupos sociales de forma similar. La pandemia tuvo unas consecuencias muy negativas sobre la salud mental pero no debemos achacar la situación de la misma, en el conjunto de la sociedad, únicamente a la pandemia.
Y es que vivimos en un mundo acelerado y con numerosas presiones que está también provocando estragos en la salud mental. Y esto ya era así desde antes de la pandemia del covid-19. Nuestras sociedades entraron en unas dinámicas basadas en la competitividad, la productividad y la imagen personal como marca. Ayudado este proceso por las tecnologías y las Redes Sociales, por la situación de mercado de trabajo y las incertidumbres de nuestro tiempo, especialmente vinculado al mundo laboral, se ha generado una situación en la que personas y colectivos cuentan con enormes presiones en todos los ámbitos de sus vidas. La pandemia fue un punto más en este escenario, un punto determinante y clave, obviamente.
Uno de los grupos sociales en los que se observa un aumento importante de problemas vinculados a la salud mental es el de los jóvenes. Hace unas semanas, se produjo el impactante dato de que, en España, el número de suicidios en 2021 había sido de 4.003 personas, un 10% más que en 2020, según las cifras recogidas por el Instituto Nacional de Estadística (INE). El aumento más amplio, un 134%, se había dado entre los jóvenes de 10 a 14 años. Nos encontramos ante un colectivo enormemente vulnerable que se ha visto sometido a una situación como la de la pandemia, por la que han perdido una parte de la socialización que les corresponde a sus edades, así como la presión de las Redes Sociales y del mundo que nos rodea también les hace mella. Los centros educativos hace tiempo que han dado la voz de alarma para indicar que se ha producido un deterioro de la salud mental de jóvenes y que no solamente se puede relacionar con la pandemia. El mundo de los jóvenes se ha vuelto más complicado si cabe y la adolescencia es una etapa en la que se están sufriendo numerosas presiones y ante las cuales no todo el mundo cuenta con las mismas herramientas.
Prestar atención a todo lo que está ocurriendo en este sentido es una necesidad para dar lugar a unos diagnósticos certeros y poner en marcha las medidas de atención y apoyo necesarias. Hace falta un trabajo integral, el cual en no pocos casos ya se produce, en el que se tengan en consideración los distintos ámbitos en los que se desenvuelven los jóvenes, desde la familia a los centros educativos, pasando por el relacional. No cabe duda, como decíamos, que las situaciones son variables y que hay factores que inciden en unos casos y en otros no, pero el escenario está ahí y las voces de alarma hace tiempo que están sonando.