La estructura social en España

Por EQUIPO AICTS / 9 de febrero de 2020


Estas semanas han tomado relevancia las declaraciones e impresiones de Philip Alston, relator de la ONU sobre la pobreza, por lo tanto una voz autorizada acerca de esta cuestión. Alston ha estado en España y sus impresiones han sido concluyentes, especialmente en el lado negativo. Por un lado, ha lanzado una crítica bastante contundente hacia el sistema de protección social, señalando que "está roto" y que el ascensor social no funciona, además de indicar que los colectivos situados en una posición de vulnerabilidad y exclusión social le han comentado que "se sienten abandonados". Y todo ello sin olvidar el dato de la pobreza infantil, destacado y que afecta a un colectivo en una situación de especial vulnerabilidad por la dependencia de la situación socioeconómica de sus familias. En el lado positivo, Alston destacó el sistema sanitario, pieza angular de las políticas públicas, y las pensiones, como un mecanismo determinante en evitar que muchas personas y familias caigan en la exclusión social.

Lo que afirma Alston no es una novedad, es algo que se viene advirtiendo desde hace tiempo. Más indicadores han surgido estas semanas que nos muestran el escenario de la estructura social. Un informe sobre educación del Observatorio Social "la Caixa" mostraba cómo se reproducían las desigualdades, a través de aspectos como las menores oportunidades para estudiantes de origen en familias en situación de exclusión social, la mayor incidencia de la repetición de curso en este colectivo, y destacando cuestiones como el impacto de las actividades extraescolares. Pero no acaba aquí la cosa, incluso la Universidad, herramienta determinante de la movilidad social, muestra el aumento de estudiantes pobres y que tienen dificultadas para sacar sus estudios superiores. Además de un mayor abandono, también se producen desigualdades en costes directos, indirectos y de oportunidad en el ámbito universitario.

España procedía de una estructura social cimentada en bases poderosas que generaban desigualdades. La ausencia de políticas públicas poderosas vinculadas al Estado de Bienestar, no se solventaría hasta la década de los ochenta. En los años sesenta del siglo XX, la sociedad española se había modernizado a través de la mejora de la calidad de vida, del éxodo rural y de la construcción de una sociedad urbana e industrial. Pero todo aquello no estaba acompañado de unas políticas basadas en los Derechos Sociales sino que eran de tipo paternalista, no en vano estábamos en una dictadura. Sin embargo, muchas familias de clase trabajadora y procedentes del éxodo rural lograron la movilidad social, pasaron a ser clases medias a través de símbolos de clase y de estatus como la vivienda en propiedad, el acceso de sus hijos a la Universidad (posteriormente llegarían las hijas) y otros bienes de consumo. Sin embargo, una bolsa estructural de exclusión social se consolidó. Además de las desigualdades territoriales, grupos de población de origen humilde no conseguían salir de la vulnerabilidad social, muchos de ellos inmigrantes en las grandes ciudades que se hacinaban en barriadas sin servicios básicos y que saldrían adelante, en parte, gracias a los movimientos vecinales.

El Estado de Bienestar español construyó un potente ascensor social basado en la Educación pero había elementos que le hacían vulnerable. Su carácter familista, ese importante colectivo en el que se reproducía la desigualdad social, y unas políticas en Servicios Sociales débiles al ser la "hermana pobre" del Estado de Bienestar. La crisis estructural del 2008 sacó a relucir todas estas contradicciones y no sólo los colectivos que ya estaban en situación de desigualdad vieron cómo esta se complejizaba sino que las clases medias, que habían vivido un importante crecimiento en las décadas pasadas, observaron en buena medida su vuelta a la casilla de salida. Solo la solidaridad familiar, cuando fue posible, pudo mitigar este impacto. Las transferencias sociales descendieron y, parte de las mismas, no volvieron. Las desigualdades se hicieron más explícitas pero también funcionaron de forma más sutil, especialmente en ámbitos con la Educación y la Sanidad. Los medios de comunicación han mostrado de forma clara los puntos más débiles indicados por Alston, pero estos siempre han estado ahí.