Hará falta un muy buen plan

Por EQUIPO AICTS / 5 de abril 2021

Sometidos a la tensión de las sucesivas olas de la pandemia de la Covid-19, ahora nos encontramos en los inicios de la cuarta, mientras que el ritmo de vacunación no es el adecuado, o el que tendría que corresponder para llegar a los objetivos de porcentaje de vacunados para el verano, las noticias sobre el futuro se hacen más preocupantes. Son momentos complejos en los que los debates entre salud y economía siguen estando presentes, mientras que los hospitales ven cómo crecen los ingresos y los pacientes en UCI. Por el otro lado, nadie ha venido a salvar la Semana Santa pero queda claro, como venimos señalando desde enero, que 2021 será como 2020. Es decir, un año que dejará unas profundas heridas económicas porque somos un país en gran medida de Servicios, de sectores para los que una pandemia como la actual supone un golpe sin precedentes. De esta situación no tiene únicamente la culpa España, aunque buena parte sí, sino que cabe enmarcarlo en todo el escenario generado por la Globalización y por cómo se ha quedado Europa, en una clara situación de desventaja que tiene unas grandes consecuencias. El hecho de las vacunas es un indicador. Europa, a pesar de haber acudido unida al proceso de adquisición, está pagando carísimamente no contar con sus puntos de producción y no tener autonomía en esta situación. De esta forma, se reproduce de nuevo lo ocurrido hace un año con la debilidad mostrada con los materiales sanitarios necesarios.

En el ámbito económico y social, la recuperación queda de forma compleja, y con el paso del tiempo más. Venimos escribiendo y reflejando sobre las noticias que indicen en el aumento del desempleo, de la desigualdad, de sectores totalmente parados, de familias que han tenido que acudir a las entidades del Tercer Sector. Hay también retrasos en ayudas, las cuales son insuficientes a pesar del enorme esfuerzo que está realizando España en ese sentido. Hace unos días, El País publicaba el dato de que el Estado había ampliado las ayudas a las familias en 30.000 millones de euros, siendo la mayor parte de los mismos los destinados a los ERTE. Como decíamos, es un esfuerzo ingente que, lamentablemente, no ha cubierto la brecha generada y que tampoco será suficiente. Los indicadores siguen mostrando los impactos de la pandemia en las rentas familiares. Otro dato reciente, en este caso una encuesta de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) señalaba que una de cada cuatro familias había perdido al menos un 25% de sus ingresos, entre otros indicadores. Y, como suele ocurrir en las crisis, hay colectivos más afectados que otros debido a que su situación de partida es más vulnerable. De los jóvenes, venimos hablando también repetidamente, y no dejaremos de hacerlo. También hay que destacar el escenario de las familias monoparentales encabezadas por mujeres, que ya estaban en una situación de más riesgo de pobreza

La pregunta es "¿cómo vamos a salir de esta situación?", porque está claro que se necesita un muy buen plan, pero que muy bueno. Y no parece que lo tengamos. En 2008, comenzó una crisis que fue sistémica y que dejó heridas muy graves en la estructura social, las cuales han funcionado como un resorte en la crisis de la Covid-19. Entonces, no se produjeron las medidas necesarias de transformación de esa estructura social en el sentido de reducir las desigualdades. Al contrario, las recetas fueron las contrarias. Recordemos también que, en el caso de España, veníamos de un comienzo de siglo XXI caracterizado por el crecimiento económico de la "burbuja inmobiliaria" y por promesas de cambio de modelo productivo que nunca se darían. Al contrario, se incentivó el papel de España dentro de la nueva división internacional del trabajo. Estos son los mimbres de la situación que tenemos que afrontar como país. Y no son buenos. Además, la Unión Europea está debilitada, como es señalado, cuando es más necesaria que nunca. De hecho, los debates sobre cómo afrontar esa recuperación volvieron a mostrar las debilidades de Europa. Pero, no saldremos de esta sin una Europa más fuerte y cohesionada. El problema es que, además de todo lo que implican los fondos europeos, cuantitativa y cualitativamente, no queda clara la dirección que vamos a tomar. Se habla de la digitalización y de la economía verde pero, en no pocas ocasiones, no se observa un plan detrás y no se aclaran los pasos a dar. Al contrario, todo parece una especie de deseabilidad que no incide en procesos más estructurales. Es decir, se precisa un plan ambicioso que tiene que aunar los dos escenarios, de dónde veníamos y el lugar en el que estamos. En definitiva, un reto mayúsculo pero que no parece que estemos afrontando de forma realista. Esperemos equivocarnos. 

Y, para otro artículo, dejamos cómo van a quedar las políticas públicas en los años venideros porque, con este escenario, se puede producir un descenso de la recaudación a través de impuestos, que se dará al descender la actividad económica, crecer el desempleo y ser más necesarios esos fondos. Los datos del déficit público y de la deuda no dejan lugar a dudas. No quedaba otro remedio que acudir a esa financiación ante la gravedad de la situación. Pero, contando con la misma, debemos ser conscientes que no saldremos repitiendo las mismas recetas de 2008 ni las apuestas de la segunda mitad de la década de los noventa. No debemos sacrificar un Estado de Bienestar cuyas políticas y bases están sufriendo un duro embate, una vez más. Seguramente, no haber cuidado más el mismo en las dos décadas pasadas también se nota en la actualidad. Hace falta un muy buen plan.