Los ritmos de la demografía

Por EQUIPO AICTS / 13 de marzo de 2023

La demografía sigue siendo uno de los ámbitos en los que se incide regularmente a la hora de escenificar la situación de una sociedad. No cabe duda de que, en el caso de España y de Europa, y de gran parte de las sociedades occidentales, nos encontramos ante un escenario complejo con unas natalidades que no cubren las tasas de reemplazo. Para algunos demógrafos, unas Índices de Fecundidad situados en el 1,1 hijos por mujer, como es en la actualidad el caso de España, tampoco deberían ser tan preocupantes, en el sentido de que son un reflejo de las evolución de las sociedades. Para otras voces, unas natalidades tan reducidas suponen graves riesgos para nuestras sociedades y la sostenibilidad de nuestros sistemas públicos, de servicios, pensiones, etc. Hay muchos indicadores que nos muestran cómo, la evolución de la natalidad y la fecundidad nos lleva a este camino complejo, ya completamente institucionalizado, y con una sociedades cada vez más envejecidas. Un proceso que, en no pocos casos, se tiñe de un tono negativo cuando también habría que verlo desde la perspectiva de que son sociedades en las que se ha conseguido una mayor calidad de vida, de cuidados, etc., aunque partiendo de la heterogeneidad y diversidad en la forma de llegar a esa etapa de la vida. Por otra parte, las soluciones para abordar dicha situación tampoco parecen funcionar y las apuestas por la inmigración, que también parece que, desde determinados discursos, solo se valora a los inmigrantes por esa función, precisan de una articulación que pueda dar lugar a una mejor inclusión social de estos colectivos. Finalmente, como en todo, la variable territorial sigue teniendo un gran peso en todos estos prpocesos, como veremos posteriormente.

De la natalidad se ha escrito y analizado, y se sigue haciendo, todo lo que podía decir. De la transformación de las sociedades y de sus sistemas de valores, del cambio del papel de la mujer en relación a los roles sexuales, de la maternidad como una elección personal y no como una "obligación" impuesta. Unas transformaciones que se enmarcan en los procesos de modernización de las sociedades. De esta forma, se produce el retraso en la edad del primer hijo, también fruto de las trayectorias profesionales y personales relacionadas con la ya señalada emancipación de la mujer, junto con el descenso del número de hijos. Todo ello en el caso de que se decida tener hijos. El problema llega cuando, queriendo tener hijos, o más hijos, esta decisión se ve determinada por unas condiciones socioeconómicas que limitan, o directamente imposibilitan, esa posibilidad. Aquí tenemos que introducir una nueva variable como es el hecho del valor que se otorga a los hijos, en el sentido de que, en nuestras sociedades occidentales, tener hijos está vinculado a la calidad de vida que se les puede ofrecer. Es decir, no se tienen hijos en muchos casos a no ser que se haya encontrado una estabilidad profesional y laboral. Algunas visiones son críticas con esta cuestión, comparando la situación con otras sociedades, culturas o con lo que ocurría en nuestros países hace unas pocas generaciones, incidiéndose en valoraciones que hacen referencia incluso a capacidades de sacrificio o a lo que se pone en valor en cada momento. Son posiciones que no tienen en cuenta la evolución de las sociedades. 

El caso es que, la natalidad sigue su imparable descenso y no existen medidas eficientes para ya no romperlo sino mitigarlo. De esta forma, hay un discurso social y político que aboga por la recuperación de la misma pero las acciones no funcionan. Por un lado, debemos señalar que España no es precisamente un país que se haya caracterizado por unas políticas natalistas o de apoyo a las familias en el mismo sentido que en otros territorios de nuestro entorno. En buena medida es debido a la caracterización de nuestro Estado de Bienestar como "familista", con el peso de las redes familiares en la provisión de ayudas para los cuidados y atención a la infancia, a las personas vulnerables de las familias, como soporte material en los casos de necesidad, etc., lo que implica que las Administraciones carezcan de esa visión en ocasiones. Es sintomático que, en general, se recuerde como la estrella de las medidas natalistas el famoso "cheque bebé" del primer gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Aquella ayuda de 2.500 euros para cada nacimiento coincidió con un escenario en el que, por un lado, había cohortes provenientes del finanl del "baby boom" que estaban teniendo su primer hijo, y eran unas cohortes numerosas, y con la consolidación de la inmigración, en buena medida compuesta por personas en edad de tener hijos. A pesar de estos factores favorables, tampoco hemos encontrado valoraciones acerca de si esta acción funcionó, aunque podemos imaginar que no fue un incentivo para fomentar la natalidad.

Por otro lado, una de las variables más determinantes en nuestros comentarios es la territorial, y en el caso de España hay un desequilibrio enorme en los ritmos demográficos. En un artículo de El Confidencial de hace una semanas se señalaba, siguiendo los datos del Instituto Nacional de Estadística, que tres de cada cuatro provincias ya registraban más llegadas de inmigrantes que nacimientos. Este es un escenario que está consolidado, especialmente en provincias del interior peninsular y de la cornisa cantábrica, algunas de ellas en un "invierno demográfico" claro. Es otra situación que tiene una vinculación con los procesos migratorios interiores, a través de los cuales se produce un éxodo de jóvenes a las grandes ciudades buscando mejores oportunidades laborales y profesionales. Nada nuevo, pero estas personas también tendrán hijos, en el caso de que los quieran tener, en las ciudades a las que se desplazan. En definitiva, un escenario que recuerda, con sus diferencias, a lo ocurrido con las zonas rurales en la España interior, y que tiene visos de generar unas zonas y territorios del interior peninsular especialmente caracterizados por una población envejecida y con pocas oportunidades en sus municipios.

No será la última vez que escribamos sobre estas cuestiones. Al contrario, estarán muy presentes. Las políticas públicas siguen sin dar con la tecla para afrontar este escenario. En parte es porque las mismas no están afrontando en mayor medida, a pesar de los avances, cuestiones como la conciliación o las ayudas para el cuidado y la crianza. Pero, el problema está en el ámbito más general y estructural, en las condiciones laborales y de vida que, en el caso de los jóvenes, está provocando un aumento en el retraso de ciertas decisiones vitales. Si no se ataja el problema por este segundo aspecto, el resto son parches.