La natalidad y la economía

Por EQUIPO AICTS / 29 de mayo de 2023

Una vez más, retornamos a la cuestión de la situación de la natalidad en España y a los factores que la determinan. En este caso, viene determinado este post a un reportaje del pasado 26 de mayo en El País bajo el título "España, el país de las madres mayores: 'Físicamente agota, el cuerpo lo nota'". El artículo incidía en las cuestiones vinculadas a la natalidad y, especialmente, a la edad de la madre cuando tenía su primer hijo. Los datos eran esclarecedores, el 10,71% de los nacimientos en 2021 correspondían a madres por encima de los 40 años, liderando los países de la Unión Europea, claramente por delante de la mayoría y solo acercándose Grecia (9,74%) e Italia, Portugal e Irlanda, entre el 8 y el 9 %. Es interesante, como comentaremos posteriormente, tener en consideración que de esos cinco países, cuatro son de la Europa del Sur, con sus Estados de Bienestar denominados "familistas", mientras que Irlanda comparte con esos países, salvo Grecia, la cultura católica. Son factores, especialmente el primero, que pueden explicar el proceso de la natalidad en estos territorios.

Sobre la natalidad se lleva analizando su situación desde hace dos décadas. Hace unos años, se creó la categoría de "Reto Demográfico" que, en su conjunto, las Administraciones Públicas asumieron a la hora de afrontar las cuestiones de la estructura demográfica. No solo se hacía hincapié en la despoblación de un medio rural en declive, en buena parte de España, sino que se incidía en el envejecimiento de la población, en las migraciones y la población que se caracterizaba por desplazamientos y movilidades, y en la natalidad. El escenario de esta última era complicado desde hace tiempo. Recordemos que nuestras sociedades habían ido avanzando hacia una modernidad en la que la cuestión de la natalidad, que era una "obligación" para la mujer y en los proyectos vitales, se había convertido en una opción. Esta conquista, acompañada de la emancipación y empoderamiento de la mujer, fue importante para la evolución de la natalidad, pero no es la variable que explica en mayor medida la situación. Si las generaciones que nacieron en el "baby boom" fueron las últimas con altas tasas de natalidad, a continuación llegaron décadas de descenso continuado de la misma con la planificación de la natalidad y el incremento de un concepto clave como son los "hijos de calidad". Es decir, tener hijos, en el caso de desearlo, también se asociaría con darles el mayor nivel de bienestar posible.

A su vez, la mujer había logrado avanzar en el mercado laboral y en los estudios, construyendo carreras académicas y profesionales que no tendrían que verse truncadas por la maternidad. De esta forma, la formación y el mercado de trabajo también iban a ser un factor determinante para las decisiones sobre la natalidad. La edad del primer hijo iba creciendo y se reducía el Índice de Fecundidad o número de hijos por mujer. Igualmente, las dificultades de emancipación y el acceso a la vivienda se sumarían a los condicionantes de la natalidad, todo ello, obviamente, entroncado con las condiciones socioeconómicas y las posibilidades que ofrecía el mercado laboral. De esta forma, se fue germinando una especie de círculo vicioso que provocó que en la década de los noventa del siglo XX contásemos con una elevada estabilidad de la población. Con la llegada de la inmigración en el siglo XXI, el crecimiento de la misma fue notable. Sin embargo, la natalidad no iba a repuntar a pesar de que, en el esa década, y el comienzo de la siguiente, una amplia generación, la que nació al final del "baby boom" iba a tener hijos, pero ya serían uno o, como mucho, dos.

En la actualidad, las tendencias han sido las mismas, con un descenso de la natalidad, un crecimiento vegetativo negativo por lo tanto, un aumento de la edad media de los hijos y del primer hijo, y la ya señalada situación de las madres mayores de 40 años, un fenómeno que nos muestra, como bien se indica en el artículo y en los testimonios que aparecen, que es un deseo el tener ese hijo pero que se ha ido retrasando por los motivos expuestos. Igualmente, el tener el primer hijo a esa edad implica que ya un segundo será imposible prácticamente. Además, en encuestas sobre fecundidad y natalidad, personas que quieren tener más hijos de los que tienen, uno más, indican que es por motivos económicos por los que no lo hacen. 

Las políticas de fomento de la natalidad no están funcionando, a pesar de que ha habido mejoras inimaginables hace una década, por ejemplo en la cuestión de los permisos o el aumento de la oferta de plazas de Educación Infantil en su primer ciclo, de 0 a 3 años. Pero queda muchísimo camino por recorrer. Hay que tener en cuenta el hecho de que, como comentábamos al comienzo del post, son Estados de Bienestar de carácter "familista", en los que parte de los apoyos en el cuidado de los hijos, así como en de personas dependientes y mayores, han recaído tradicionalmente en la familia, especialmente mujeres. Aquí hay que señalar el papel de abuelas y abuelos en este sentido. Es cierto que, otros modelos de Estado de Bienestar, los nórdicos y los de Europa central, cuentan con sistemas más desarrollados para esos fines, pudiéndose argumentar que también cuentan con impuestos más elevados y con unos salarios más altos. El peso sobre la familia sigue siendo alto, aunque se ha reducido con unas familias que ya no pueden desarrollar parte de esas funciones. El impacto de la crisis de 2008, el hecho de que sobre las familias recayese una buena parte de la red de apoyo a sus integrantes que quedaban en desempleo o veían precarizar su vida, ha tenido sus consecuencias. 

En definitiva, la situación de la natalidad es estructural y, en sociedades como las nuestras, no se atisba un cambio de tendencia. Al contrario, las condiciones socioeconómicas seguirán siendo determinantes y lo serán más en el futuro. Las políticas no están dando una solución a este escenario porque el foco hay que ponerlo en la situación del mercado laboral, precarizado especialmente para los jóvenes. Es clave también la conciliación, pero no se avanza si no hay cambios estructurales en la otra dirección.